sábado, 12 de enero de 2019

MARIO BENEDETTI: LINGÜÍSTAS (Sobre la competencia comunicativa)

    Este ingenioso microrrelato  de Benedetti (Relatos vertiginosos. Antología de cuentos mínimos)  es un buen ejemplo del valor de poseer una adecuada competencia para saber comunicarnos de forma eficaz.  

“Tras la cerrada ovación que puso fin a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y deconstructivistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.
De pronto, las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:

—¡Qué sintagma!
—¡Qué polisemia!
—¡Qué significante!
—¡Qué diacronía!
—¡Qué exemplar ceterorum! 
—¡Qué Zungenpitze!
—¡Qué morfema!

La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas.

Sólo se la vio sonreír halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: “Cosita linda.”

¿Quién poseía realmente competencia comunicativa: los expertos lingüistas o el ordenanza?

Fuente:  Conferencia Magistral de Carlos Lomas: "El poder de las palabras".  https://www.youtube.com/watch?v=2xwLyHNK2AM


jueves, 3 de enero de 2019

CLAVES PARA UNA LECTURA FILOSÓFICA DE EL PRINCIPITO

«LO ESENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS»

El trabajo es para la vida, y es vida él también. Pero sólo adquiere sentido verdadero cuando es elevado por el amor, cuando se convierte en don para el bien de alguien. En medio de la soledad, en la cual consisten radicalmente la desolación, el dolor y la tristeza, se percibe el vacío existencial: «Viví así, solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente». Frente al tedio que invade la vida del aviador, el trabajo, su avión, es el último asidero: «No es una cosa. Vuela. Es un avión. Es mi avión» (p. 18). Pero querido por sí mismo solamente, y no por otro valor más alto, también este último apoyo termina por quebrarse: «Algo se había roto en mi motor...» (p. 13). Arrojado de este modo a la mayor soledad, «me dispuse a realizar -confiesa-, solo, una reparación difícil. Era, para mí, cuestión de vida o muerte» (p. 14).

La salida sólo aparecerá tras haber comprendido lo esencial, eso que es «invisible a los ojos»; tras beber de esa agua que es «buena para el corazón», nacida «de la marcha bajo las estrellas, del canto de la roldana, del esfuerzo de mis brazos», tras reconocer en ella un «regalo» (p. 96). La «avería en el motor», «lo que faltaba a la máquina» -el sentido, el corazón- se descubre en la donación de sí mismo: al dibujar un cordero, al escuchar la preocupación por el hecho de que las rosas tengan espinas, al consolar al pequeño amigo hasta entonces incomprendido, al compartir con él la escasa ración de agua, al tomarle en brazos y brindarle la solicitud que su fragilidad precisa.

EQUIPO PEDAGÓGICO ÁGORA:
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