martes, 22 de septiembre de 2020

TERRIBLE MALDICIOÓN PARA LOS QUE NO DEVUELVEN LIBROS

        "Para aquel que roba, o pide prestado un libro y a su dueño no lo devuelve, que se le mude en sierpe en la mano y lo desgarre.

        Que quede paralizado y condenados todos sus miembros.

        Que desfallezca de dolor, suplicando a gritos misericordia, y que nada alivie sus sufrimientos hasta que perezca.

       Que los gusanos de los libros le roan las entrañas como lo hace el remordimiento que nunca cesa.

       Y que cuando, finalmente, descienda al castigo eterno, que las llamas del infierno lo consuman para siempre.”

Inscripción en la biblioteca del monasterio de Sant Pere en Barcelona (citada por Alberto Manguel en "Una historia de la lectura" y por Irene Vallejo en "El infinito en un junco" )


lunes, 14 de septiembre de 2020

EL PROPÓSITO DE LA LECTURA

 --He leído muchos libros, pero me he olvidado de la mayoría. Entonces, ¿cuál es el propósito de la lectura? 

       Esta fue la pregunta que un alumno le hizo una vez a su maestro, pero éste  no respondió en ese momento. Sin embargo, después de unos días, mientras él y el joven alumno estaban sentados cerca de un río, dijo que tenía sed y le pidió al niño que le trajera un poco de agua con un colador viejo y sucio que había en el suelo. 
        El alumno se sobresaltó, porque sabía que era un pedido sin lógica. Sin embargo, no pudo contradecir a su maestro y, habiendo tomado el cedazo, comenzó a realizar esta absurda tarea. Cada vez que sumergía el colador en el río para traer un poco de agua para llevar a su maestro, ni siquiera podía dar un paso hacia él, ya que no quedaba ni una gota en el colador. Lo intentó y lo intentó decenas de veces pero, por mucho que trató de correr más rápido desde la orilla hasta su maestro, el agua siguió pasando por todos los agujeros del tamiz y se perdió en el camino. Agotado, se sentó junto al maestro y dijo: 

--No puedo conseguir agua con ese colador. Perdóname, maestro, es imposible y he fallado en mi tarea. 

--No - respondió el anciano sonriendo - no has fallado. Mira el colador, ahora brilla, está limpio, está como nuevo. El agua, que se filtra por sus agujeros, la ha limpiado. Cuando lees libros eres como un colador y ellos son como agua de río. No importa si no puedes guardar en tu memoria toda el agua que dejan fluir en ti, porque los libros, sin embargo, con sus ideas, emociones, sentimientos, conocimientos, la verdad que encontrarás entre las páginas, limpiarán. tu mente y espíritu, y te convertirán en una persona mejor y renovada. Este es el propósito de la lectura.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

LA DESAPAR ECIDA TORRE DEL PUERTO DE MAZARRÓN

       Durante la baja edad media, las incursiones de piratas berberiscos se iban haciendo más frecuentes  a medida que el litoral del sureste se repoblaba y aumentaba el comercio marítimo. 

       A finales del siglo XV, el resurgir de de Almazarrón, gracias a la fabricación y exportación del alumbre, convirtió nuestras costas en una zona apetitosa para los piratas norteafricanos, lo que obligó a construir fortalezas defensivas y torres de vigilancia. Sabemos que las primeras fueron el Castillo de Los Vélez (1491-1494) y la torre del Molinete.  

        En la costa sólo había una torre, la de Santa Isabel (la Cumbre), que era insuficiente por su ubicación y sus, entonces, reducidas dimensiones. 


SAN ILDEFONSO: UNA TORRE IMPRESCINDIBLE

       El aumento de las aproximaciones piratas a nuestras costas hacía necesaria una nueva torre pero los proyectos para levantarla se iba retrasando por las dificultades  económicas para su construcción y mantenimiento.  

       Hasta tal punto se consideraba imprescindible para el sistema defensivo del Reino de Murcia que, en la carta de privilegio firmada por Felipe II, en 1572, (concesión a Almazarrón de su segregación de Lorca), además de exigir un pago de 4.311.000 maravedíes, el monarca obligaba a los vecinos a construir,  a su cargo, la citada torre que, en nuestro municipio, sería la vanguardia  para vigilancia y organización de dispositivos de defensa y la más importante por su tamaño, dotación y ubicación.

        La pérdida de Túnez (1574) y el aumento del peligro procedente del mar impulsó a la corona en bancarrota, a aprobar un amplio proyecto defensivo costero financiado con impuestos locales sobre los principales productos beneficiarios que, en Almazarrón, eran alumbre, pescado y herbajes. 

       Entre 1579 y 1581 quedaron concluidas las obras de construcción de la torre de San Ildefonso y las de remodelación de Santa Isabel.

       Este impreciso dibujo de 1799, nos da una idea aproximada de la torre vista desde la playa.

       Así fue como la red de torres litorales en la bahía de Almazarrón se amplió con las de Santa Elena (La Azohía), Puerto de Almazarrón (actual Faro), los Caballos (Ermita de Bolnuevo) y la de Santo Cristo (Cope). Todas ellas formaban parte de un complejo que se completaba con guardas móviles de vigilancia costera. Se creaba, así, un sistema defensivo que permitía la alerta a los vecinos y la rápida comunicación con los municipios circundantes.


DATOS TÉCNICOS 

       Se encontraba a una altura de 54 metros sobre el nivel del mar, junto a la cala del Moro Santo y se construyó, con diseño muy similar a la de Santa Elena (La  Azohía), Tenia base exagonal con dos plantas abovedadas y una escalera de caracol interior hasta la terraza, donde se situaba el armamento y una pequeña habitación para los torreros. En la  primera planta, sin aspilleras para iluminación interior, se encontraba el polvorín.

       Su base tenía 10 metros de diámetro y su altura, 15,7 metros. Los ángulos eran de sillería y los muros de mampostería.

        Poseía una dotación armamentística muy simple: un falconete (pequeño cañón) de libra y media, con quince balas además de  cinco mosquetes con media arroba de pólvora y plomo.

        El personal encargado de la misma era un alcaide (también responsable de la torre de Santa Isabel) y tres soldados con funciones más de vigilancia que defensivas.

       En el futuro, se fueron ampliando sus dotaciones en función de  las necesidades, llegando a tener cuatro cañones. Se ampliaron las instalaciones con el amurallamiento de una zona del monte provista de dos cañones. 

       A lo largo de los casi trescientos años que mantuvo su función, buena parte de las dependencias se encontraban en mal estado o desabastecidas de personal por la escasa voluntad de la población para atender  los gastos.


DENOMINACIONES  

       La torre recibió la denominación de San Ildefonso pero, popularmente era conocida como torre de (la) “testa” o “punta”, por encontrarse en la “cabeza” del cerro que protegía el oeste del puerto. También le llamaba torre nueva para diferenciarla de la de Santa Isabel, que pasó a ser la torre vieja, En la cartografía de la época suele aparecer como Torre de Almazarrón 

       Por deformaciones fonéticas fue conocida como torre de San Alfonso,  Ylefonso o Elifonso.


EL FIN DE LA TORRE 

       Se cuenta que, en 1785 habitaba las dependencias el alcaide con su esposa e hijos. En la madrugada del 18 de octubre se desató una tormenta y un rayo cayó sobre las dependencias provocando un incendio cuyos humos causaron la muerte de Antonia Ruiz, la mujer del alcaide. 

      A finales del siglo XVIII, las naciones europeas habían reducido notablemente el peligro de la piratería norteafricana y las instalaciones de nuestra torre, cada vez peor conservadas, fueron usadas por el cuerpo de carabineros para vigilar el contrabando. 

        En 1861 se encontraba parcialmente derruida y se aprovecharon los restos para construir el primitivo faro, que acabaría siendo sustituido por el faro actual.

                                           Sabina García Moreno y Jerónimo García Jorquera