lunes, 21 de marzo de 2016

EL TRABAJO DEL MINERO DE MAZARRÓN DURANTE EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX: Los oficios (2ª parte)

              (Es continuacion de La jornada)

     El trabajo en la mina era muy duro, especialmente  el de barrenero y marrero pues tenían contacto directo con la dinamita y había posibilidad de derrumbe al realizar orificios donde colocar el explosivo.  Para garantizar la precaria seguridad en las galerías, el entibador debía construir una estructura de madera que sostuviese paredes y techo. Los peones realizaban todo tipo de trabajos de esfuerzo como cargar los vagones del mineral extraído por el picador; el vagonero empujaba el vagón desde el filón hasta la jaula o a una galería de desechos (dependiendo de la utilidad del material); el enganchador sacaba los materiales de la jaula o introducía los enseres que se reclamaban desde el subsuelo; el
amainador ponía tacos en el vagón para asegurar su estabilidad; el palanquinero se ocupaba de la palanca que guiaba la criba de mineral, y, mientras el royero separaba el mineral de la ganga (materia inútil), el maestro supervisaba el lavado del mineral. Competencia del bombero era controlar las bombas que introducían el aire y extraían el agua y el fogonero vigilaba la presión de la caldera y suministraba carbón o madera como combustible. El maquinista controlaba la maquinaria, ayudado por el mecánico que, cuando la ocasión lo requería, se las tenía que apañar para fabricar piezas. El gavia (de menor edad) era el ayudante en trabajos sencillos o de transportes cortos y poco pesados. 
    Entre los obreros se elegía a un encargado que, de forma temporal, tenía una responsabilidad especial sobre sus compañeros. Hay que destacar la figura del destajero, minero que, a cambio de una remuneración mayor, se ofrecía para realizar trabajos de más riesgo o cumplir unos objetivos en menos tiempo. 
    Era un oficio masculino en el que los niños no tenían cabida, supuestamente, pero se utilizaban partidas de nacimiento de otras personas para conseguir ser aceptados.  Hasta los 16 años no se  les permitía bajar a las galerías, aunque en realidad, desde mucho antes ya lo hacían y, especialmente, cuando había que introducirse en lugares muy estrechos: el zagal era aquel niño que realizaba trabajos de menos esfuerzo y más sencillos aunque también podían trabajar como auxiliar repartiendo agua, carburo, transmitiendo mensajes, etc. 
    La media de salario de un minero en 1914 oscilaba en torno a las 3 o 4 pesetas por día, pero si los responsables estimaban que el rendimiento había sido inferior podían rebajarlo.  Por trabajos urgentes, pactados como destajos y, en ocasiones, mediante subastas, se ganaban cantidades superiores. 
    El pago se realizaba cada semana o quince días. Las mujeres esperaban impacientes “al sol” la cobra. 
    Como referencia puede ser útil saber que el salario de un jornalero en el campo oscilaba entre 1,50 y 2 pesetas. 
    No tenían ningún tipo de seguridad y al morir, sus viudas e hijos quedaban desamparados, recibiendo una pequeña cantidad por parte de la empresa y ayudas de los compañeros del fallecido.
    Fuera de la mina algunos obreros obtenían otros ingresos ayudando en diversas labores como siega, recogida de esparto, albañil, carpintería, limpieza de retretes, etc. La insuficiencia de los salarios obligaba a los más pobres a salir al campo a buscar caracoles, pájaros, conejos, alcaparras, etc.  Incluso se limpiaba el trigo podrido y se buscaba, en muladares,  restos de comida como cortezas de naranja o patatas. 
    La sirena de la mina (el pito) se escuchaba en todo el pueblo y marcaba la hora de entrada y  salida de mineros en el trabajo, pero si sonaba fuera de los horarios habituales significaba que se había producido un accidente, lo que provocaba el temor de la población por si había resultado afectado algún familiar. 

                                                                       Sabina García Moreno y Jerónimo García Jorquera

Fuentes:
Yúfera Hernández, Francisco, El derecho de minería en la cuenca de Mazarrón (Tesis doctoral), Mazarrón, La Purísima - Acosta y Serrano, 1922.
Archivo de Paco García.
Orales: Fernando Dávila Castuera, Sabina Miñarro Sánchez, Francisco García Jorquera.

Publicado en Revista de Fiestas. 2012. Exmo. Ayuntamiento de Mazarrón.

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